miércoles, 1 de agosto de 2007

Diario de vacaciones XI

Podría decir que ha sido el ruido de los obreros que están construyendo un enorme edificio de apartamentos al lado los que me han despertado. Pero lo cierto es que llevo despierto mucho tiempo antes, creo que son los nervios. Los nervios de viajar. Los nervios de vacaciones. Los nervios del tiempo. Los nervios de los amigos. Los nervios de la luna de verano. Los nervios del Mar o de la piscina. No solo tengo la sensación, es que mañana mismo salgo pitando hacia el Mar manchego, verde soleado, con uvas por hacer, caluroso y festivo, familiar y entrañable. No puedo negar que estoy deseando llegar al nuevo puerto, pero me invade en la conciencia el valor moral de sopesar estos largos días junto al Mediterraneo y tener una idea positiva del balance de este calor tan deseado. Es curioso, mi amiga Blanca se ha esforzado en hacerme amigo de los jóvenes del barrio esperanto y, al final, con quien mejor he resultado ha sido con una persona que dentro de unos días se jubila. El sol sale para todos, aunque no todos se ponen igual de morenos. He recogido mis cosas. He hecho la maleta. He dejado todo listo para que hoy pueda disfrutar de este último día junto al Mediterraneo. Al final estoy contento; he aguantado veinte días en el Mar y, si bien, he visto toda la cartelera, lo cual es un placer volver a ver cine en pantalla gigante, lo más importante de estos días han sido las personas que se han cruzado conmigo. Me llamó mucho la atención que, a pesar de las nubes, anoche la luna todavía estaba llena.

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