miércoles, 30 de mayo de 2007

Luna lunera

Llevamos unas noches en La Puebla de Montalbán que es un placer pasear por la noche. El Paseo del Colesterol acoge, al caer la tarde, a hombres y mujeres que, con paso acelerado infunden un ritmo sano a sus vidas, dar la vuelta completa a los más rápidos puede salir por los quince minutos y a los más lentos por unos cuantos minutos más, eso sí, más agradables. Esta noche la luna brilla mucho. Me ha costado sacarle una foto, pero al final esta es la mejor que me ha salido, temblorosa como mi pulso, cálida como la noche, relajante y llena de pasión como la luna de verano. Tengo algunas amigas que miran a la luna esperando romper aguas. Y si bien de aguas ya estoy inundado, ese tipo de aguas es deseada que llegue y cuanto antes mejor. La luna siempre trae a mi ser el veneno de las aspiraciones, me confunde y alarga la estela de lo que he hecho, de lo que tengo y de lo que puedo ser. Pero como un fantasma que solo existe por la noche y tras la imaginación del miedo, la luna tras la noche me deja en mi sitio sabiendo dónde estoy y de dónde parto. Es como el vino que te embriaga si la miras fijamente, que te confunde si la hablas, que te embrutece si te dejas llevar por su luz. Es la luna lunera, la de mayo, que canta su soledad como una sirena que enamora el oído receptor. Es la luna lunera, la de los poetas que buscan en la primavera versos de amor. Es la luna lunera de los estudiantes que la esprimen con sus libros. Es la luna lunera, la tuya, la mía y la de los dos.

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