domingo, 20 de mayo de 2007

Llueve en Madrid



Aprovechando cierto cúmulo de circunstancias me he marchado a Madrid esta mañana. No sé que es lo que me pasa pero cuando me siento en el autobús me entra mucho sueño, me relajo y me duermo. Así la primera hora del viaje. Luego me pongo a leer, a escribir lo que más o menos puedo, a mandar mensajes a los móviles de mis amigos y a llamar por teléfono con mi Madre. Los seis euros del billete me son muy rentables. En Madrid me he movido hoy con mucha libertad, es domingo y todos mis amigos estaban en casa por lo que he podido hablar con ellos con tranquilidad. Lo que me ha pillado por sorpresa ha sido la tormenta que ha caído en Madrid, pero siempre encuentras una cafetería abierta que con calided y amabilidad te sirven un delicioso café. Esta tarde, suspendidos los toros e impedido que los madrileños se deleiten con el arte de nuestro paisano Alvaro Justo, para evitar mojarme más entré en una cafetería, de estas de franquicia, y lo que menos se me antojó fue algo caliente; un frapuchino, un delicioso helado en crema de café. Pues bien, tuve que dar el nombre para que el chico lo escribiera en el vaso de plástico. Y maldita la hora que le dí mi nombre. El Señor, Gregorio, ha pedido un frapuchino. Gregorio, ya está su frapuchino. ¿Está a su gusto, Don Gregorio, el frapuchino? ¿Quiere que recojamos su vaso, Don Gregorio? Gregorio, ¿tienes algo para la basura? ¿Estaba a su gusto, Gregorio, el frapuchino? Adiós, Gregorio, vuelva cuando quiera. Ya no podía más. Me gusta perderme en Madrid entre sus barrios y hacerme pasar por un bohemio o pseudo intelectual que lee, escribe, piensa y habla con sus gentes en cualquier cafetería o rincón. Qué harto salí de la franquicia. Preferí mojarme por las calles que verme atosigado por un camarero pendiente de mis gestos. La lluvia en Madrid también es una maravilla. Lo que más me gusta de Madrid es meterme en su anonimato. Cuando dentro de unos días vuelva, ¿se acordará el camarero de mi nombre?

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