lunes, 15 de noviembre de 2010

El Viaje de mi Vida.

Parecía que teníamos un mal día, pero nadie se quejó del tiempo. Era nuestro tiempo. Eran nuestros días y el color lo daba el interior de cada uno. Había como una pequeña niebla, pero que dejaba ver el horizonte. Desde el Primado se podía ver la ciudad de Tiberiades en la otra orilla del Lago.

Antes de celebrar la Eucaristía, mientras el franciscano alemán preparaba las cosas, porque no podía ser antes; mentalidad alemana, algunos nos acercamos a tocar el agua de El Lago de Tiberiades. Seguro que en más de uno a la memoria le vino relatos en el que el Señor se valía de este agua para realizar los signos y prodigios de su mesianismo. Como podéis ver, el accepso al agua era dificultoso ya que las piedras húmedas eran resbaladizas. Apesar de todo había que tocar el agua evangélica.

Que fuerza tiene la luz, por no decir la Luz. Conforme pasaba el tiempo de la mañana el sol fue tomando fuerza y fue sacudiendo el interior de cada uno de nosotros. Era el primer día y ya teníamos completo contacto con la Tierra Santa; con la Tierra Santa, con el Aire Santo, con el Fuego Santo, con el Agua Santa. En Palestina todo es Santo.



No éramos los únicos. Llegamos los primeros pero no fuimos los únicos. Otro grupo más sencillo en la explanada del anfiteatro celebró la Eucaristía con profunda devoción.


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