miércoles, 10 de noviembre de 2010

El Viaje de mi Vida.

Durante el vuelo me dio tiempo a descansar, a dormir, a leer, a escribir a hablar. Si no piensas mucho que estás a miles de metros sobre la faz de la Tierra y logras relajarte, la duración del viaje en el avión puede ser aprovechada muy bien. Son unas horas muy buenas para ir clarificando y definiendo las pretensiones del viaje: qué busco, qué quiero, a qué vengo, por qué estoy aquí.
Pronto encontramos el crepúsculo del día. Todavía estábamos volando cuando anocheció. Era lógico, íbamos en dirección contraria de la rotación de la Tierra. Por eso, creo, que me impresionó tanto el nuevo aeropuerto de Tel Avit, el Ben-Gurión, con sus magníficas columnas que asemejan un oasis lleno de altísimas palmeras que dan la bienvenida a los peregrinos, turistas o viajeros que llegan a estas tierras bendecidas por Dios.
En la mente tenía la afirmación bíblica: Pasó una tarde, pasó una mañana, el día primero. Si bien el viaje había comenzado muy temprano, en la Tierra Santa comenzábamos a sentir el tiempo escatológico. La tarde la habíamos ocupado en volar y la seguiríamos aprovechando en el camino que nos llevaba a Tiberiades. Todavía, aunque lo parecía, no había llegado la noche; aún faltaban unos minutos para las seis de la tarde.




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