martes, 16 de noviembre de 2010

El Viaje de mi Vida.

Este pequeño Monasterio de Benedictinos, Tabga, donde se conmemora el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, tiene un bonito patio, donde podemos apreciar las fuentes de agua y una iglesia donde imperaba el silencio y el recogimiento. Eso sí, nosotros lo rompimos. Las explicaciones de Samar y nuestra entrada hizo añicos el silencio monacal.
Pero no eran benedictinos los que había contemplando la basilica. Eran franciscanos. Me acerqué para saludarlos. Recordé que el idioma oficial de la Custodia de Tierra Santa era el italiano. Todavía guardaba algunas palabras en la recámara que me había enseñado Fray Rafael Sanz y me atreví a presenciarlas. Pace e Bene. Io sono francescano.
La verdad, me quedé de piedra. Me miraron de arriba a abajo, de abajo a arriba. Solo me dieron una sonrisa. No presumo de pronunciación. En Tierra Santa, como no lleves el santo hábito franciscano, ya lo digas en italiano, en inglés, en alemán, o en árabe, no eres franciscano.

De este rincón tan bello de la ribera del Tiberiades destaca el mosaico que hay debajo del altar, un dibujo empedrado donde se puede ver una cesta con panes y dos peces. Nosotros éramos cuarenta, el relato evangélico nos dice que sin contar mujeres y niños, comió una multitud. (Jn 6,1-15).

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