miércoles, 14 de mayo de 2008

Tarde de toros


Una vez un maestro en el arte de los toros dijo un consejo: Hay que saber escuchar en la plaza la voz de los sabios y oír, como un ruido más, las palabras de los listillos. Me gustaría ser como Zabala de la Serna, en el ABC, o Juan Posadas, en La Razón, o Antonio Lorca, en El País, para poder expresar la corrida de toros del lunes en Las Ventas. Me gustaría agradecer desde esta columna la generosidad de la invitación, que también es un arte, y hace mayor el detalle. Cuando he leido sus críticas taurinas me ha emocionado ver la riqueza de sus palabras para expresar lo que vi. Una corrida, la quinta de la Feria de San Isidro, donde la palabra lleno dejaba una calva al sol bastante grande. Chechu, Rubén Pinar y Miguel Tendero. Lo tuve que preguntar, me senté en la grada sin saber quién toreaba. Y la gracia de la tarde, estaba en el tendido siete, lugar de puritanos y entendidos. No me extraña que el catedrático que tenía detrás, y que abría sus piernas para albergar mis espaldas, comentara que habría que hacer un examen antes de entrar en esa zona sagrada. Os digo que no abrí la boca, y lo poco que hablé fue al oído de mi amigo y que saqué el pañuelo solo cuando la fraternidad de entendidos lo permitía. Creo que la novillada del lunes estuvo bien, emocionante e interesantísima. El Chechu debe sujetar más el capote, cuando entraba al toro y rozaba los cuernos ya estaba en el suelo; deber hacer más control mental para superar los miedos y estar más seguro de sí mismo. Rubén Pinar debe buscar más su personalidad y controlar sus gestos, le favorece su parecido, su estilo gusta, pero para chulo yo. Miguel Tendero me gustó mucho, me pareció el más propio de la tarde, sobre todo cuando en el crepúsculo brillaban las luces de su traje, le vi con gusto y empaque. Las licenciadas que tenía delante me tenían hasta las mismísimas narices: que si ese culo, que si mete esas piernas, que dónde vas, que quién te has creído. Vamos, que las obligaba a ver los toros desde las gradas superiores por no oírlas. Al catedrático de detrás lo bajaba al burladero de la prensa, pero la escrita, que mientras escribe ni mira ni habla. Y a mi amigo que me regaló las entradas no tengo más palabras que decirle: Gracias, Maestro.

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