viernes, 2 de mayo de 2008

Felicidades, Madrid.



Ayer estuve recorriendo las calles de Madrid. Móstoles, en su travesía en autobús, parecía una avenida muy importante con las farolas adornadas con banderines, como si esperasen la visita de gente con rango. Ya en Madrid la imaginación puso todo. Yo que buscaba a los capitanes Daoíz y Velarde y al general Murat por la zona de Malasaña no me encontré ni con el kurdo que ondeó la bandera del PKK.
Madrid estaba rara ayer. Hacía calor en la Gran Vía y frío en la zona de Bilbao. Tan pronto te pegaba un sol de invierno fuerte en la espalda como en calles de sombra una corriente de aire fresco hería las ideas del levantamiento. En Madrid se hablaba muy raro, el don de lenguas parecía una bendición de este magnífico puente; en Malasaña se hablaba catalán, en la Puerta del Sol francés, en la Gran Vía mucho inglés. Yo que buscaba a aquellos humildes frailes franciscanos, que murieron con el ánimo puesto en el pueblo, me encontré con un Madrid casi vacío, sin ánimo y sin esperanza. No hacía falta rezar a la suerte para encontrar aparcamiento, ni poner monedas con tiempo, ni tener miedo al comprar piratería. En Madrid no había casi nadie, pues Madrid parecía extranjero. Tan solo, al final de la noche, en la boca del Metro de Tribunal, un cuerpo de policías forrados de amarillo fosforito vigilaban no sé qué.
Después de 200 años tengo que buscar información sobre Manolita Malasaña para encontrar la verdad. Me río, ayer en las cafeterías por donde escribí mis memorias me encontraba con personas mayores que parecían supervivientes de aquella masacre que al grito de Libertad, tanto ayer como hoy, cada uno se siente identificado.
Como diría aquella diva de la canción, tal vez inspirada por algún sencillo frailecillo: "Un pueblo es, un pueblo es, un pueblo es. Abre la ventana en una mañana y respirar." .

Felicidades, Madrid.



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