jueves, 20 de diciembre de 2007

Es de noche


Es de noche.
Bueno, hoy desde muy pronto la oscuridad se ha apoderado del pueblo, unas nubes oscuras que han descargado humedad, una fina niebla que ha suavizado la temperatura para dar comienzo al invierno. Es de noche. Me apetecía andar, llevaba varias semanas que la gripe había congelado mi voluntad y me he dispuesto a reconquistar mis caminos, a retomar mis costumbres, a hacer mía la gente que se cruza, que habla, que mira y que sonríe.
El Paseo del Colesterol está escurridizo, las cuatro gotas de agua que han caído no hacer seguro el paso firme de mi decisión. No hay nadie, tan solo me cruzo con unos enamorados que sacan a pasear al perro, a una embarazada que con su marido pasea sus nervios y sus miedos. Y nadie más. No es tarde, pero es muy de noche. Las luces de la calle del bar del Mirador están encendidas, las persianas bajadas del todo, seguro que las mujeres de la casa limpian los palillos, las colillas y las servilletas de nuestra mala educación. Y me vuelvo. Me da vergüenza volver a encontrar con los mismos, a los cuales les digo lo mismo y les deseo lo mismo. Daré otra vuelta, esta vez por la calle de la antigua carretera, la calle Alfares, así podré ver el escaparate del estudio de mi amigo. Pero mi sorpresa es grande: una bola, una cinta. ¿Dónde está la otra Navidad? Me adentro por la calle oscura y llena de obstáculos.
En algunos sitios han colocado un papanoel subiendo en una escalera que parece que va a robar más que a entregar unos regalos. Me paro, en la ventana de un bar hay algo que se mueve y no tiene colores de ser un papanoel. Es un niño, tal vez aburrido de la conversación de sus mayores, tal vez cabreado porque no le prestan atención, que sentado en la alta ventana mueve los pies aburrido mientras espera pasar las horas y los extraños. No hay nadie más en la calle. Decido subir por la famosa cuesta de la , que tanto protagonismo está teniendo.
En otra época del año podría seguir cualquier programa de cotilleo de ventana en ventana. Hoy está todo cerrado, bajado y cerrado. No sé si detrás del gran portón la Princesita estará soñando con los Reyes Magos, o en los regazos de su padre escuchará alguna odisea. Pero desde la calle no se percibe vida alguna. Parece que la vida ha cambiado, que la historia se ha transformado, solo me encuentro con unos musulmanes que educadamente y con una sonrisa me dan las buenas noches. No hay nadie y es de noche. Ni en la Plaza se ve un alma. Llena de coches, sus dueños se han cobijado en los bares donde esperan lo que esperan, si es que esperan algo.
Y así, solo, de noche, retomo mi último trecho, bajo la última cuesta y me meto en mi casa. Y no quiero estar solo en esta oscura noche. Tal vez por eso escribo.

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