jueves, 13 de diciembre de 2007

En el Centro Médico


Ya me encuentro mejor. He sufrido las consecuencias de una gripe camuflada, cuyos síntomas; vómitos, diarreas, congestiones, dolores musculares, de cabeza, etc... han ido apareciendo como consecuencia de un frío interior que ha descentrado todas mis atenciones primordiales. No es bueno estar malo, uno se vuelve egoísta, el centro de todas las preocupaciones y te molestas si no preguntan por la salud. Tanto ha sido el empeoramiento que he tenido, que desde que sentí que mis monjas me habían contagiado la gripe, el 21 de noviembre, las decepciones académicas de mis chicos, las noches madrileñas y los fríos pueblanos, no han hecho más que acrecentar la sensación de debilidad. Por horas estaba sordo. Por horas parecía que volvía a escuchar con normalidad el mundo que me rodea. Preocupado por mi y por mi salud el lunes me fui a visitar a mi enfermera preferida. No estaba. ¡Y cómo lo sentí! Así que me tuve que apuntar a la que me correspondía. Mientras esperaba mi turno, que ya pasaba con más de veinte minutos, uno escucha lo que dicen, lo que se comentan, las críticas y duras palabras contra los Médicos, seres benditos que cuidan y miran por nosotros. Nadie se salvaba, cada uno tenía algo; Este por esto, Aquel por aquello, el Otro por lo otro. Médicos y enfermeras eran acribillados con palabras vanas desde los bancos de espera. Me acordé de aquella abuela que se juntaba con sus amigas a las puertas de Urgencias de un Centro Médico para pasar el rato. En invierno es muy frío pasar la mañana en los bancos de los Jardines de la Soledad. Total, en el Centro de Salud se está calentito, nos juntamos los de siempre y de paso nos hacen unas recetas que nunca vienen mal. ¿Dónde mejor vamos a estar? Pues si es así que para el tema de la salud se critica duramente al personal del Centro Médico, ¿cómo será la crítica para aquellos que tratan con respecto a la muerte? Osea, los Curas, pero de almas.

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