viernes, 21 de noviembre de 2008

Sigo por aquí

Hace una semana preparaba el bolso para pasar el fin de semana con mis padres, ir a visitar en el cementerio las tumbas de mis abuelos y celebrar una misa por ellos. Casi todos los noviembres hago lo mismo y ya tengo viciada a mi madre que deseaba con insistencia mi presencia. Cuando lo pienso me emociono y tengo ganas de llorar. Con la salida a escena de una luna impresionante, bella de la muerte, a eso de las siete de la tarde me puse en carretera. Después de algo más de una hora y sin apenas tráfico estaba en Quero. Como vi a mis padres enfrascados en negocios con albañiles convencí a mi hermano Pablo para acercarnos a Villa de Don Fadrique y visitar a una amiga muy apreciada en mi familia.
Quién me iba a decir que a escasos kilómetros de la llegada el destino estamparía en el coche una maná de jabalíes. Tengo el susto de ese momento metido en el cuerpo, pero es mayor el destrozo psicológico de pensar qué pudo pasar, el darle vueltas a otras posibilidades, el imaginarme con el pijama de madera si no hubiera frenado el coche al borde del precipicio, si hubiera matado a mi hermano, si me ocurre solo en una carretera ajena.
Ha pasado una semana y parece que la vida me da más posibilidades de eso, de vivir, de disfrutar de los míos, de esas cosas sencillas que hacen que la vida valga la pena vivir. Siento como si mis talentos tuviera que seguir invirtiéndolos en esta tierra, como si la luna, divina de la muerte, no me quisiera cerca, como si mis abuelos no me quisieran cerca, como si mi vida bien podría valer una misa de acción de gracias porque, en el fondo, no pasó nada y solo tengo unas quemaduras. Os podéis imaginar, me emociono … con nada

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