miércoles, 19 de noviembre de 2008

La paciencia del cocodrilo


Me decía, un amigo, que no hay nada mejor que tener la paciencia del cocodrilo para llevarse una deliciosa pieza a la boca. Me contaba lo que le ocurrió en el Colegio de su sobrino.
Era una fiesta particular donde solo estaban invitados padres y abuelos. Por la amistad con una profesora pudo entrar y haciéndose el tonto llegó a la clase donde se celebraba el divertido evento. Con la baba a punto de derramarse, los pies subidos en una tarima y la máquina de fotos en la mano no descartó ningún momento para fotografiar a su encantador sobrino, porque los sobrinos son encantadores. En esto que una monja, famosa en el colegio y en la región, se encuentra con tan gran energúmeno haciendo fotos a diestro y siniestro. Modales y ademanes no le faltaron a la religiosa para interrogarle. ¿Es Usted padre? No, soy tío. ¿Es Usted abuelo? No, ya le he dicho que soy tío. Pues mire, Usted, aquí no puede estar. La puerta de salida está al fondo.
El tiempo pasó. Mi amigo, que es enfermero, y que se está preocupando profesionalmente muy bien con mis quemaduras, dice que un día la ve por los pasillos del Hospital. Buscaba, junto a otra religiosa del mismo hábito, a un niño del Colegio que estaba ingresado; el niño, si no recuerdo mal, se llamaba Jairo, un nombre que suena a milagro. Mi amigo vio que esta era la suya. ¿Es Usted pariente del niño? No, soy una profesora de su Colegio. ¿Es Usted un familiar cercano? No, ya le he dicho que soy una profesora. Pero por favor, déjenos verle. Me imagino que en su Colegio tendrán unas normas y que las cumplirán a rajatabla. En un Hospital también. Además, son las ocho y media de la tarde y ya no es hora de visita. Al fondo está la puerta de salida.
Lo dicho, hay que ser un poco cocodrilo y servir la venganza en frío.

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