miércoles, 12 de noviembre de 2008

Alcalá de Henares I

No conozco, en mi entorno, a nadie que quede, con frecuencia, a tomar café con su primer rollete, que fijen una cita para ir juntos al cine o queden para comer y cenar. Más bien, noto por mis amigos que se tiene una cierta distancia y educación prudencial para que, a través de una cortesía, ciertas intimidades queden protegidas. Se suele decir que el primer novio no se olvida, que el primer beso no se olvida, que la primera vez no se olvida. Pero en la vida hay más días, más novios, más besos, más veces que hacen que nuestra vida sea una aventura nómada.
Algo por el estilo me pasa con Alcalá de Henares, mi primer destino. Fue tan agradable la experiencia en todos los sentidos que no se puede olvidar, pero tampoco se puede difundir. El sentido de obediencia y la disponibilidad responsable me hicieron salir de allí. Han pasado muchos años, quince, y se dicen pronto.
El sábado volví a la ciudad complutense, callejee sus calles y me encontré con aquellos que me hicieron muy feliz durante dos años; un destino corto, pero muy sabroso. Cómo ha cambiado Alcalá: económicamente, su cultura, su geografía y su gente me parecen distintas; llena de nuevas industrias y centros comerciales; con muchas iniciativas teatrales, cinematográficas y deportivas, con muchos turistas por las calles; con calles peatonales, con monumentos restaurados y nuevos monumentos, las cafeterías de siempre y las nuevas imágenes del café, árboles y parques cuidados. Pero es su gente la que me llama la atención; multicultural, pluricolor, y con nuevos sonidos.
Me daba envidia de la nueva Alcalá, de haberme perdido su crecimiento, su cambio y extensión. Pero de seguir allí no hubiera percibido su alteración y me hubiera perdido otros amores que están en mi conquista.

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