miércoles, 8 de octubre de 2008

Violencia de género

Me alegra saber que el profesor Neyra respira por sí tras los dos meses que lleva ingresado en estado de coma. En este tiempo he pensado mucho en él y en su gesto heroico. Y os preguntareis por qué.
Hace unos días, a finales de septiembre, unos amigos me invitaron a cenar vaca a la plaza de su pueblo como final de sus fiestas. No me gusta comer fuera y públicamente. No es que me dé asco, simplemente que no me gusta. Si me veis comiendo en una plaza es por compromiso, por protocolo, como digo yo. Pero reconozco que la vaca estaba muy rica, muy bien guisada, con un punto exquisito. Para terminar fuimos a tomar un café, que no lo pagaba el Ayuntamiento.
Mientras esperábamos presencié un gesto de violencia que bien se podía decir de género. Un hombre, el doble que un Servidor, no sé que estaría hablando con su pareja que terminó en voces y con la mano en alto. Se ve que para no plasmarla en el rostro femenino tomó el vaso de su cerveza y lo estampó contra el suelo. Y sin mediar segundo salió rápidamente del bar. Todo fue muy rápido. Y pensé en el gesto bravo y valiente de Don Jesús Neyra. Porque, ante la situación vivida, el hombre de la cerveza era un gigante, Goliat, frente a mí, que no soy pequeño y me consideraba un diminuto David.
No sé si fue porque no era mi pueblo, no era mi gente, me sentía fuera de sitio y no conocía de nada a esa pareja. Sentí miedo y me alejé de la puerta para que el hombre violento saliera con presteza. Lo malo es que detrás salió la mujer que con tono dulce le iba llamando: “espera, espera”.
La vida se repite muchas veces.

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