martes, 14 de octubre de 2008

La vendimia.




No sé si son las fuerzas o las ganas las que me impiden escribir hoy estas frescas palabras. Este pilarico fin de semana he estado vendimiando; he regresado a la familia, a la tierra, al pueblo.
Reconozco que me gusta vendimiar, es el único trabajo del campo que despierta pasiones en mi y lo es por ver reunida a la familia entorno a la cosecha.
Si no me acerco a mi pueblo tengo la sensación de crear vacíos y lagunas que distancian el afecto con mis seres queridos.
Si me acerco sé que lo que pasará en las próximas cuarenta y ocho horas será mucho más duro que una exigente rutina de abdominales.
Pero tira la familia, tira el pueblo, tira la vendimia. De no acercarme a recoger el fruto de los viñedos me perdería el contacto con mi hermano pequeño que ya casado hace su jornal por otros campos.
La vendimia es una escusa para volver a estar con los padres, la gran cepa que me ha visto crecer y que observa ahora mi agrio sabor embotellado.
La vendimia es un trabajo alegre, de cuadrillas, llena de historias y leyendas, que mitiga la soledad de agricultor a lo largo de todo el año.
La vendimia es la vida; uno espera una buena cosecha, abundante y dulce.
Es el momento de abrir las hojas del último libro de Noah Gordon, La Bodega, y empezar a leer. Como le pasa a Josep Álvarez, hay rincones en el mundo donde la vida recobra su sentido y los sueños se alimentan del cultivo de la vid. Porque la sangre del Señor sabe a vino.

No hay comentarios: