domingo, 22 de marzo de 2009

VaG, dn El Paso de las Termópilas


Hasta llegar a las Termópilas soy consciente de que dí varias cabezadas. Aníbal, el guía, que no se separó del micrófono ni del mapa, siguió todo el trayecto, desde Kalambaka hasta aquí, contándonos batallitas del orgullo griego. Ya no podía más, cerré los ojos ante el calor de la calefacción, la suavidad de la música y el murmullo de sus palabras. Había comido bien. Paramos en la misma área de servicio que la tarde anterior. Como anécdota os contaré que me puse a aplaudir como un loco al ver en una televisión que el Oscar a la mejor actriz secundaria se lo habían dado a Penélope Cruz. Para asegurarme mejor llamé a casa y me madre me lo confirmó y que había brindado el premio al pueblo de Alcobendas. Que alegría. No es su mejor papel, pero me alegro por su trabajo constante y por el cine español.
Bueno, que estamos en las Termópilas. Es inevitable no pensar en la película y en el tebeo de 300, de Leónidas y sus musculosos hombres, o de Jerjes y su innumerable ejército. Todo está blanco. Hay como unas corrientes, unos arrollos de agua que desprenden vapor por el contraste de temperaturas. El Paso no es una zona como el Cañón del Colorado. La verdad es que es un poco descepcionante, pues tiene más parecido con una cañá de cabras en una zona montañosa, que lo que la imaginación da de sí hablando de batallas. Según creo, esta es la primera vez en la historia que hay constancia de una estrategia en un enfrentamiento bélico.
El monolito recoge el homenaje al rey Leónidas en la escultura que afronta la soledad del lugar y a sus trescientos valientes soldados recogidos en trescientos árboles que rodean el monumento.



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