sábado, 26 de abril de 2008

No sé por qué lo hiciste, pero me gustó.



Soy un despistado, cuando entro en el Metro instintivamente saco un libro y me pongo a leer. Dicen que el Metro es una gran Biblioteca, desde la mañana templano hasta las altas horas de cierre puedes encontrarte con personas leyendo; leyendo los periódicos gratuitos que dan en las entradas, leyendo discretamente un libro que oculta su portada y que me llena de curiosidad, leyendo la Biblia o los Evangelios. Me da igual, aunque sea esos cartelitos de colores y muchas letras que homenajean a un escritor. Me gusta leer en el Metro. Últimamente me quedo de pie. Sí, soy tan despistado que leyendo no me doy cuenta de la gente que tengo a mi alrededor, incluso mirándolas me parecen parte del lenguaje de mi libro. Pero me quedo de pie por cortesía.
No sé por qué lo hiciste, pero me gustó. Estaba sentado, leyendo, vigilando mi mochila y la fortuna que llevo dentro cundo recaí en el chico que tenía enfrente sentado. Una pinta rara, pero a la vez atractiva; tenía hierros clavados en varios punto de su rostro, en sus labios, en la nariz, en la oreja, en la ceja. Tenía la cara con una barba de varios días, un pelo no muy largo, con una gorra de marca. Como los jóvenes de ahora vestido un poco estrafalario. Pero me gustó lo que hiciste. Yo que te miraba raramente me dejaste con la boca abierta cuando ante una señora mayor cediste tu asiento. La mujer no quería pero tú le dijiste que te bajabas en la próxima y no fue verdad; la mujer se bajó antes que tú no sin antes mirarte con una sonrisa agradecida. Cuando fuiste a recuperar tu asiento enseguida te pusiste de pie. Yo me asusté por lo rápida que fue tu reacción. Habías visto que entraba una chica con muletas y le indicaste que se podía sentar. No sé por qué lo hiciste, pero me volvió a gustar lo que hiciste. Te bajastes ante que yo, como un viajero más. En el anonimato y silencioso Metro te bajaste como un héroe para mi. Los jóvenes como tú escasean, más bien los juzgamos por su peculiar pinta y los clasificamos con una distancia de desprecio.
Desde ese día no me siento en el Metro, no quiero privar a una señora de ir sentada, a un anciano o a una embarazada, o a una chica con muletas por mi despiste. Sigo leyendo por el Metro. Sigo tratando de adivinar qué lee la gente en el Metro. Pero desde ese día mi asiento lo dejo libre para ti.

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