jueves, 10 de abril de 2008

Llueve y llueve.



Llueve. En La Puebla de Montalbán llueve y llueve. Los sueños de un cálido fin de semana se han mostrado efímeros ante el agua; las camisetas, las bermudas, las chanclas, toda esa ropa veraniega que había sacado de forma rápida del armario ahora están encima de una silla buscando el sol, otros tiempos mejores. La fuerza del agua me ha vuelto a la realidad, a mi pura miseria, a esa levedad existencial donde todo es gracia y amor. Ha sido la claridad del agua la que me ha despertado del sueño y ha hecho que mirase a mi alrededor para valorar lo que ignoraba. Ha sido la pureza del agua la que nuevamente me ha metido en la meditación de los valores importantes. La lluvia me moja, me hace sentir más vivo, e incluso más libre; con las alas empapadas y llorando por el nuevo frío siento y deseo volver a volar y más alto aún si puedo. En La Puebla de Montalbán llueve y llueve, y la lluvia me da vida, como si la necesitara. No soy de los que se quedan detrás del cristal besándose a sí mismo, tengo que salir y sentir el agua como parte de mi. Tal vez frena mis pasos, no estoy seguro de mi equilibrio, pero estoy seguro que a la vuelta estaré mejor. La lluvia me inspira como a un poeta, me hace valorar las circunstancias, reflexiono y quiero a los que están cerca. Desde muy pequeño me gustaba mojarme, me escapaba de casa y desobedecía a mi madre por mojarme, y anda que podía mentir después cuando llegaba a casa hecho una sopa. Hoy, ya adulto, la lluvia me sigue gustando aunque reconozco odiar que se me mojen los pies, se ve que uno pierde la inocencia con los años. En La Puebla de Montalbán llueve y me tomo un café, el resto de sentimientos ... que los purifique el agua.

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