viernes, 21 de marzo de 2008

Silencio

Como un día intenso parte la Semana Santa pueblana. Hay gente en la plaza jugando a la calva, pero el convento franciscano se va llenando de almas que buscan purificar sus vidas para vivir, desde la intensidad del corazón, los días sagrados de la fe. Con el mensaje del servicio y el fraternal amor, el gesto del lavatorio de los pies es la mejor lección que podemos dar, un acto más que purifica. Ya limpios pasamos al banquete, a la memoria, a la tradición donde los comensales se llenan de inmortalidad ante los alimentos sacramentales. Y es en la presencia, en el silencio, en el estar en el Huerto de los Olivos donde surge la oración, el acompañamiento, el deseo de no dejar sólo a Jesús en sus últimas horas. Aquel que pasó por el mundo haciendo el bien, que había dado de comer a hambrientos, que había curado a paralíticos, leprosos y enfermos, que solo tenía palabras llenas de ternura, incluso para los enemigos,... Aquel ,cuya pretensión era mostrar el corazón de Dios que nos ama, es condenado a muerte. Es en el silencio de la noche de La Puebla de Montalbán cuando los penitentes, con rostro tapado y con promesa de no hablar durante el recorrido, comienzan sus estaciones de penitencia. Los de Jesús de Medinaceli, a sus pies, se van revistiendo en el templo a puerta cerrada. Nadie está invitado a identificar los pies descalzos, ni los andares de los hombres y mujeres que debajo de la túnica morada esconden lo que son y lo que piden. Y en la hermosura de la noche, con luna llena fría, los nazarenos se incorporan a la comitiva procesional. La voz de saetero, escondida en una ventana, canta emocionado y nos hace sentir la tierna mirada de Jesús, la tierna mirada del amor. Con la emoción en la piel la turba aplaude agradecida sabiendo que ha estado apunto de sacarnos las lágrimas del corazón. Y es que en el silencio de la noche fría todo es oración.

No hay comentarios: