domingo, 2 de septiembre de 2007

La Música

Mañana es lunes, el primer lunes de septiembre y el retorno a la vida ordinaria. No es que el verano no sea ordinario, que para eso se lo gasta solo. Pero todos sabemos y hacemos que el tiempo de vacaciones sea especial, menos rutinario, con sorpresas y caprichos que en otra época del mes no nos permitimos. Mañana es lunes, el primer lunes de septiembre. Para muchos el peor día del año; seguro que leerán los consejos que los psicólogos dictarán en los periódicos para superar el trauma postvacacional y tratar de volver al trabajo, junto a los compañeros y vecinos con una sonrisa lo menos falsa posible. Mañana es lunes, el primer lunes de septiembre y yo estoy tan fresco. No quiero hacer recuerdo de mis días estivales junto al Mediterraneo que, como si estuviera junto a Dios, la Mar me parecía hablar. Ni mencionar los días familiares ni el Museo de la Palabra, que me parece un edificio precioso. Y del Festival Celestina ya solo mirar a la Décima Edición. No tengo trauma, no tengo preocupaciones, no tengo nostalgias. Y creo que todo esto ha sido por ese denominador común que en todos los sitios donde ha estado este verano ha llenado mi interior: La Música.
La Música estaba todo el santo día en el apartamento del Mar; los clásicos no han dejado de acompañarme desde el despierte hasta la cena. Mis amigos no saben estar sin la Música y yo sin la Música me sentía mal en la habitación. En Quero, y con otro variante, la Música New Age desde que despertaba mi hermano hasta que salía de casa para jugar a la petanca también estaba presente. Y no digamos en el Festival Celestina que la Música ha vivido en el claustro conventual. Y la Música sigue en mi humilde celda, con toques clásicos. Bueno, diría que me persigue. No hay noche que de madrugada en una emisora francesa o regional no me encuentre una buena orquesta u orfeón que no me deleite la noche. No, no tengo trauma postvacacional. Creo que la música la llevo dentro.

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