martes, 25 de septiembre de 2007

Fin de semana en Valladolid

Hola. ¿Cómo estáis? Os tengo que decir que viajar y escribir me resulta fácil. Pero si a este binomio le añadimos amigos, y amigos de verdad, entonces el trio se hace imposible, algo se cae, algo no funciona, una de las tres partes sufre el detrimento existencial de la experiencia. Es lo que me ha pasado este fin de semana que he pasado en Valladolid. Por mucho que he abierto los sentidos para poder poner palabra a este viaje, los amigos, los amigos de verdad, no me han dejado hueco para abrir el cuaderno y ponerme a escribir. Bueno, casi no he dormido. Pero a quién se le ocurre ponerse a escribir cuando está con el amigo de la infancia, con personas que me quieren y valoran, en medio de una Ciudad elegante, demasiado pija, llena de historia y literatura. ¿Es que quiero hacer sombra al autor del Hereje escribiendo mis andorrerías por la gran vía de Santiago? ¿O quiero, como un nuevo gígolo, enamorar con mis palabras a Rosa Chacel en la Plaza de Poniente? ¿Quién soy yo? ¿Cual es mi circunstancia? ¿Qué pinto en medio del territorio Castellano? La verdad es que no sabría responder a estas preguntas que me hago ni a la rueda de prensa a la que me someten mis alumnos. Solo sé la que siento, lo que pienso, lo que vivo. Y os puedo decir que este fin de semana me lo he pasado muy bien en tierras vallisoletanas, con sus gentes, recorriendo sus calles, tomando café en la bajada de la Libertad, y disfrutando de sus monumentos, sus historias y cuentos. Una cosa os digo, también en Valladolid al frío lo llaman fresco.

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