miércoles, 5 de septiembre de 2007

Don Dámaso Alonso

Este convento tiene sus leyendas. Unas nos cuentan tesoros escondidos y otras nos hablan de personas importantes. Y de estas últimas os voy a hablar. Me gustaría encontrar ese tesoro pictórico que cuentan las crónicas que existía en la Biblioteca Conventual un Apostolado de Ribera. Por ahora, y lamentablemente, el único Rivera que pinta algo es vuestro humilde servidor que trata de narrar simples sucesos conventuales. Todavía vivimos de la leyenda, esperando que la caída de un muro o el levantamiento de unas baldosas nos den pistas para encontrar tan rica pintura. La leyenda continúa.
Ayer localicé los libros que Don Dámaso Alonso, Don Dámaso Alonso Duro, leía en la Biblioteca Conventual. Hago esta aclaración pues cuando me hablaron de él enseguida vino a mi memoria aquellos versos bellos del río Duero que mi profesora, con problemas disléxicos, tan raramente nos recitaba. No creo que fuese él el que robara los cuadros y extendiera la leyenda, pues dado los frailes de la época raro sería que sacara un libro del recinto de lectura. Menuda cuadrilla seráfica. De ahí la historia. De ahí esa bonita leyenda de cómo Don Dámaso Alonso leyendo en la Biblioteca de los frailes. Sus hijos, Angelines y José María, me han hablado muy poco de su padre. Lástima que septiembre me ha separado de ellos, pues me hubiera gustado saber más de ese tipo de hombre que de ideas republicanas era aficionado, desde el respeto y el cariño, a tratar con los hijos de San Francisco. Espero que estas nubes de verano que se van, como las golondrinas enamoradas, vuelvan a La Puebla de Montalbán para seguir, porque nos gusta hablar, seguir hablando de lo que fuimos para enriquecer lo que somos y saber un poco lo que seremos. Don Dámaso Alonso Duro era un apasionado de la lectura, así lo recuerdan sus hijos. Don Dámaso Alonso pasaba horas leyendo la Historia de España de R. Menendez Pidal. Tal vez tendré que mirar, leer y examinar, como si de una serie policíaca fuese, las páginas de esos volúmenes que cargados de polvo y de historia. Tal vez entre sus hojas haya un recuerdo suyo, una nota, un marcapáginas, una huella. Tal vez pueda encontrar el plano o la clave que me lleve a descubrir dónde están los doce cuadros apostólicos que las crónicas reales cuentan. Por ahora me conformo con el descubrimiento de esa leyenda, de esos libros que Don Dámaso Alonso leía en el convento. Tal vez leyendo la Historia de España descubra todo lo demás.

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