viernes, 13 de agosto de 2010

Tomar el fresco.

Si tuviera que elegir el mejor momento del día, sin dudarlo un momento, elegiría las nocturnas horas en las que junto a mis hermanos tomo el fresco en la piscina de mi pueblo. Me gusta la piscina, nadar, refrescarme. Pero la piscina está en la otra punta de donde yo vivo. Y, la verdad, prefiero una buena siesta, una ducha y un café. El camino de mi casa a la piscina, sobre todo por la tarde, es para ponerse moreno con solo andar. Por eso prefiero la piscina por la noche. Aunque está cerrada, el bar cantina sigue abierto y ofrece refrescos y raciones. Uno no pide diversión ni ambiente, solo un poco de fresco para calmar las altas temperaturas del día. Los hay que prefieren la plaza del pueblo para encontrarse. Yo este año me voy a la piscina donde es normal encontrarse con los petanqueros que han hecho propio el terreno y le dan vida a las afueras del pueblo. Me gusta mi pueblo, pero reconozco que el verano es duro para aguantarlo si las casas no reunen condiciones y uno no sigue la pedagogía antigua de frenar los rayos de luz en los interiores.
Ahora que estoy terminando mis días de andadura vacacional, el fresco es lo que me da vida. Aunque hoy, a pesar de estar corriendo las calles y el cielo está encapotado, casi para llover, las casas siguen sudando el calor del verano en su interior. Calor, mucho calor en verano. Frío, mucho frío en invierno. Esta es la Mancha. Este es mi pueblo.

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