jueves, 22 de julio de 2010

Nostalgia

En estos días de vacaciones en los que el horario es más flexible, una película puede acostarte a las tantas de la madrugada o un desayuno despertarte antes de lo que pretendes, cuando tengo más tiempo para la nostalgia, el recuerdo o para hacer historia de mi vida. Últimamente mis vacaciones no tienen el referente de hacer maletas con un destino turístico, sino más bien, y como he expresado en más de una ocasión, las vacaciones para mí son días para compartir con esas personas importantes en mi vida. Y son importantes en mi vida porque manifiestan su cariño hacia mí. La familia y los verdaderos amigos los siento necesarios para recargar las pilas agotadas por un turbulento curso. Además, tengo muy claro que este tiempo es para descansar.

Será por esta motivación por lo que, en estos días, una música, un perfume, un tono de voz, un rostro, un parecido, una ropa, un estilo, una película, un ..., no sé qué, que en estos días también te acuerdas de aquellas personas que fueron un gran tesoro, que fueron muy importantes y valiosas, casi imprescindibles en estos días, y que ahora, ni su nombre, ni su número, ni su dirección ocupan un lugar en la agenda.

A lo largo de mis años he visto cómo ha ido desapareciendo gente de mi alrededor. Casi me atrevería a decir que han muerto en mi vida, aunque la realidad me muestre que la nueva situación es más dolorosa aún. Sí, creo que sí. Cuando uno muere, sabiendo y partiendo de que es ley de vida, el duelo, el silencio, la oración, el mirar hacia esa persona en sus días compartidos, y el tiempo te hacen aceptar la nueva situación en la que vamos en este peregrinar camino. Y eso que le tengo mucho respeto a la hermana muerte.


Pero no. Hay otras muertes más dolorosas. Hay otros fallecimientos que destrozan el alma y el corazón, como si de un mal de amores hablásemos y en vez de adelgazar y perder el físico por la pena, fuésemos minando todo lo valioso que hay dentro de cada uno. Fue una mala mirada, una palabra inapropiada, un gesto inadecuado, un tiempo desaprovechado. Fueron tantas cosas las que minaron la amistad, que rompieron el pacto honorífico, que perdieron la dignidad, el respeto y la libertad establecida como pilares de una relación. En éstos últimos años ha muerto tanta gente que no sé si estoy avocado hacia la soledad, como aquella insoportable levedad del ser.



Y no es cuestión de escribir cartas, ni de pedir perdón, ahora que es tan fácil que con un mensaje en el móvil, un correo electrónico, o simplemente un chateo por las redes sociales nos hacen acercanos a esa persona sin tener que mostrar el rostro avergonzado de nuestra culpa. Pero no, no es cuestión de pedir perdón, ni de acercarse de nuevo. Me gusta pensar que la vida no se mide por los años vividos sino por las etapas experimentadas. Es lo que pienso de esta gente que ya no está con nosotros, que ya no está conmigo. Fueron los protagonistas de una etapa, de un destino, de una meta. Volver, acercarse, pedir perdón es rebajar el listón de la vida a un sin sentido que hará repetir la escena. Lo importante es aprender de la vida, crecer como persona y enriquecernos. Entenderme, el perdón siempre hay que establecerlo como distintivo personal, ya que muestra, desde la miseria humana, el grado de amor que uno tiene. Pero el perdón dado para perdonar y olvidar. Así podremos introducirnos en la nueva etapa que nos toca vivir.
También el silencio, la oración y el tiempo me ayudan a olvidar, perdonar y a querer a estas personas que se han bajado, poco a poco, de la subida a la cima a la que estoy llamado. Pero los quiero de otra forma. Mas bien los quiero para olvidar. Pero es inevitable, un perfume, un rostro, una película, una música, un ..., no sé qué, me hace recordarles. Y es que ellos fueron importantes y valiosos para mí en su día. Ante su recuerdo quiero descansar en paz y seguir por mi camino, deseando que sean muy felices por el suyo.





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