sábado, 17 de julio de 2010

¿De qué te ríes?

¿De qué te ríes? Me pregunta mi amigo, Julio. De nada y de mucho, le respondo. Pero ya me lo ha preguntado varias veces en el primer día en Gijón y siempre estaba pensando, o recordando, la misma escena. Es como esa anécdota graciosa que se nos queda grabada en la mente, que, por más que uno quiera, vuelve y vuelve, y arranca la carcajada fácil y sencilla, porque lo ocurrido le puede pasar a cualquiera, aunque la vergüenza no se la deseamos a nadie.
Os cuento. Vine a Gijón de madrugada. El autobús salió de la Estación de Méndez Álvaro a las 23,30 y sobre las seis horas del día siguiente llegaba a su destino. A las cinco llegamos a Oviedo. Un señor sin bajarse del autobús se acercó a la puerta trasera que estaba abierta para echarse un cigarro. No llegó a fumárselo entero porque enseguida arrancó el conductor y cerro la puerta. Pero en vez de volver a su asiento se metió en el servicio a realizar sus necesidades. Todos nos volvimos a relajar para coger el sueño y poder echar la última cabezada antes de llegar a Gijón.
En esto que una señora desde atrás empieza a hablar el voz alta y, medio adormecidos, entendemos que pide al conductor que pare el autobús. Pare. Pare. Por favor, pare. Y el conductor paró en el semáforo rojo más cercano y le pidió a la señora que se explicase. Nerviosa, y un poco histérica, le dijo al conductor, y a todos los que estábamos ya despiertos y pendientes de la palabras de la elegante señora, que su marido se había bajado en Oviedo y no había subido. El conductor bien le dijo que en Oviedo nadie se había bajado, salvo los pasajeros que lo tenían como destino final. Una chica y yo levantamos la mano y con una voz suave, como para no despertar a los compañeros que dormían, le dijimos que había un hombre en el servicio. Que su marido llevaba un rato en el servicio. A lo que la mujer nos miró, avergonzada, agradecida, sonriente y cómplice, diciendo un gracias y un perdonen, mientras volvía a su asiento de atrás donde seguramente venía durmiendo plácidamente.
El hombre tardó un buen rato en salir de ese nicho, que debajo de los asientos veintitantos y muy cerca de la puerta trasera, donde hizo lo que tenía que hacer. No hay cosa peor que viajar en autobús y no poder hacer tus necesidades mayores o menores. Hace unos días vi como un niño de tres años se estaba orinando en un bus urbano porque el pobre no podía aguantarse y los que estábamos cerca vimos como su pantalón iba cambiando de color seco a color húmedo, mientras a él la cara de vergüenza se le iba desinflando por una de placer. Claro está, que si uno va al servicio y está con pareja, si la necesidad no es muy urgente, porque antes de todo fue el cigarrillo lo que le levantó del asiento, bueno es decírselo para que luego no vaya nerviosa preguntando por fantasmas.
Desde Oviedo hasta Gijón, desde las cinco a las seis de la madrugada, entre los cercanos a mi, se escuchaba una risa de carcajada muerta que no paró de escucharse. No me extraña. Cómo va a pensar esa inocente mujer que su marido está sentado plácidamente en el trono del autobús.
¿De qué te ríes? De todo y de nada. Una anécdota.




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