domingo, 18 de julio de 2010

Los amigos de mis amigos son mis amigos, ¿o no?

No sé si estoy autorizado. Pero el año que viene, si vengo a estas húmedas y frescas tierras, me traigo la grabadora y me dedico en mis ratos libres a escribir las historias que se cruzan por la calle, que oyes en una cafetería, o que escuchas directamente cuando alguien es capaz de mirarte a los ojos y abrirte el corazón. Hay tantas historias que deberían contarse. Hay tantas personas que deberían dejar escritas sus memorias. Primero como reto personal, porque la vida humana merece ser oída; mejor dicho, escuchada por uno mismo, que ayuda a corregir los errores y a ser más veraz; y también por los demás, para darnos cuenta que nuestra isla no está sola en este océano, sino que somos pequeñas islas y, si nos relacionamos, si confiamos, si somos capaces de ponernos cara a cara en el sentido verdadero que decía Tagore, podemos crear un archipiélago para defendernos de la inmensidad. Anoche salí y estuve entre vinos.

Tranquilos, no me emborraché. Creo que no es la expresión más correcta decir que estuve entre vinos, porque lo estuve y no fueron tantos. Pero sí los que crearon el ambiente propicio de encuentro, de apertura y de confianza para establecer los pilares de una buena noche, una cena estupenda y una velada magnífica. Estuve entre copas. Estuve entre amigos.


Gijón es verde, fresco y húmedo. Las personas que hay cerca de mí constantemente me dicen eso de qué calor, pero yo siento que tengo la piel de gallina del frío que tengo. Voy con un jersey al cuello y por las últimas horas de la tarde me lo pongo descaradamente. Pero no es del frío de lo que quiero hablar, porque este fresco se agradece. Recuerdo que dejé Guadalajara con algunos termómetros marcando temperaturas que superaban los cuarenta grados a ciertas horas de la tarde. Este fresco se agradece, vaya si se agradece. Ayer, cuando salí a cenar, no sabía qué ponerme, si la ropa de otoño o pasar directamente a la de invierno, porque la humedad mata mis riñones. Claro está, uno no quiere desentonar, y se coloca la prenda de abrigo, aunque sea como bufanda pija entorno al cuello.


Ya tengo esa edad en la que no me gusta conocer nueva gente. Me gusta estar con mi familia y con los amigos que me quieren. Eso lo he dicho y lo he escrito un montón de veces. Cuando ayer me propusieron salir para tomar y picar algo con los amigos de un amigo de un amigo, y acepté sentí que en algo me traicionaba. Pero también me negaba a mí mismo si no aceptaba la proposición, pues algunos amigos míos habían recibido un mensaje mío en el móvil donde les decía que comenzaba mis vacaciones y que una de las cosas que me apetecía hacer era "hablar". En concreto no sé a qué me refería cuando escribí esas palabras. Pero cuando me propusieron si quería salir con unos amigos a tomar algo lo acepté sin ningún filtro de enjuiciamiento. No creo que los amigos de mis amigos sean mis amigos. Tal vez, con el tiempo y creciendo en confianza, dadas unas circunstancias normales, esto sea posible. Pero pasados los cuarenta creo que se está mejor solo que buscando liebres entre viñedos. ¿Por qué no salir? ¿Por qué no conocer el ambiente asturiano de la noche? ¿Por qué no conocer a asturianos de pura cepa? Fui y no me arrepentí.
Me gustó el ambiente. Me encantaron las personas. Disfruté de la cena y de su sobremesa. Se abrieron ojos, corazones y almas entre vinos. Ya sé que aquí es la sidra. Pero para un manchego, la vida si es auténtica, con sus luces y sus sombras, con sus placeres y sufrimientos, con su trabajo y sus éxitos, ... La vida si es auténtica sabe a vino.









No hay comentarios: