miércoles, 23 de diciembre de 2009

Crisis, what crisis.


Vivimos tiempos difíciles. La llamada crisis a todos nos afecta, a todos, y a todos nos deja bastante indiferentes. Siempre hay algún espabilado que sabe sacar agua entre las únicas piedras del desierto, pero lo normal es que muchos padezcamos sed mientras cruzamos la cálida arena que desorienta nuestros sentidos y nos puede hacer palidecer ante cualquier intuición.
Si miro mi agenda de familiares, amigos y conocidos, cada vez son más los que poco a poco van perdiendo su trabajo, incluso aquellos que auguraban su futuro como un tesoro asegurado. Nadie se mueve no sea que sea peor, tan solo mirar, observar, espiar al vecino para ver cómo le va en su negocio. Incluso los que confiaban en la suerte de la lotería han dormido malamente esta noche, su bienestar está perdido. A todos nos afecta la crisis, a todos.
No soy ejemplo que pueda mostrar esta perspectiva perdida pues los mejores rastreadores ven luz después del túnel. Pero algo de crisis sí que vivo y siento. Hasta hace unos meses mis ingresos eran comparables a los de un profesor de Religión, de lo cual estaba muy orgulloso mi sobrino. Ser profesor “pone”, decía un amigo. Y tenía que ser verdad. En alguna ocasión he pillado a mi sobrino presumiendo que su tío era profesor en La Puebla de Montalbán. La verdad es que eso no tiene precio. Estar en los ojos de la admiración de un crío es un prestigio que no se puede comprar. Pero desde hace unos meses mi nómina ha pasado de ser la de un profesor a la de un capellán. “Y eso ¿qué es?”, pregunta mi sobrino; como si en su infinita imaginación esa nueva palabra engrosara una nueva titulación académica y económica. Pobrecito, como le digo que soy el cura de un colegio, que ya no doy clases, sino misas, y que mi nuevo jornal ha decaído tanto que no tengo ni para cafés. Tanto me quiere mi sobrino que en su incomprensión busca justificar mis palabras, pues para él yo soy más importante que cualquier titulación y valgo más que cualquier nómina.
Rodearnos de familia, de amigos, de las personas que nos quieren, es la mejor manera de superar una crisis, aunque esta enfermedad dure varios años. El corazón es para siempre. Feliz crisis.

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