viernes, 6 de noviembre de 2009

Os pido perdón.


Hace unos días fue el cumpleaños de un amigo. Felicidades, de nuevo. Al pobre le dieron por regalo un disgusto, qué pena. Le hablaron mal de mí, como de costumbre y con perdón. Sí, perdón por fastidiarte la fiesta. Perdón por haber acarreado que alguien hable mal de mí. Y lo siento, mis padres me educaron para que nadie hablara mal de mí. Que nadie hable mal de ti. Tienes que ser una buena persona. Era el pilar de su educación.
Por eso, ahora, aquel que me ofende siento que ofende a mis padres, que en paz quisiera que sigan viviendo. Dicen que fue una folclórica la que dijo aquello de que no le importaba que hablaran bien o mal de ella; que lo único que pretendía es que hablen de ella. Pues bien. Ya hace tiempo que se me pasaron los años de folclore, el dulce pájaro de la juventud hace tiempo que abandonó mi nido y la soledad me envuelve cada vez mas y mas.
Le decía a una amiga, que no es de allí, que para vivir en esa localidad hay que tener unas buenas espaldas para aguantar tanta crítica. A los que queremos trabajar, hacer algo, ser nuevos, ser creativos, la murmuración es la más fácil zancadilla para derribarte. Fuera de allí, en tiempo y en espacio, creo que fue el Cid el único que ganó batallas después de estar muerto.
Pues eso, que me dejen morir en paz, que ya estoy muerto, y dejen de darle a la lengua. Lo hecho, hecho está. Y no hay mas vuelta. Si lo hice mal pido perdón, que para eso pertenezco a dos familias cuya virtud es la humildad. Pero, sobre todo, que me dejen en paz para poder resucitar en la gloria eterna, aunque, por ahora, esa gloria se llame Guadalajara.
Gracias. Y muchas felicidades, guapo, por quererme tanto.


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