martes, 29 de enero de 2008

Lisboa 2008








Después de pasar varios días de mi viaje a Lisboa puedo decir que ha sido mi viaje; pocas veces en mis trayectorias he sentido que mi cuerpo viaja por completo al unísono, mente y corazón, que disfruto del instante y que ese momento se hace eterno. Me atrevería a poner palabras a los sentidos que examinan cada calle, cada persona, cada color. Me atrevería a plasmar el olor a chocolate del Barrio Alto en la noche de luna menguante; a mostrar el sabor de un rico y caliente café con leche en el Chiado mientras unos jóvenes llenan la plaza de pompas de jabón o su rico bacalao en un sencillo restaurante donde te agasajan de amabilidad; el tacto de su tranquila gente que proviene del mas allá, de Brasil o Monzambique; el ruido de su saudade hablar, de su fado, la voz de Saramago y de su sencilla gente; y ver, ver mucho, todo, sin dejar hueco a la vista, desde esa abuela enlutada a ese joven con traje y pies descalzos. Esta vez Lisboa tiene palabras de palabras, de tranquilidad, de estar sentado gustando un café y una grata conversación bañados por la luz lusitana que sigila la conversación. Es verdad que he llevado, como en otros viajes, un cuaderno para mis anotaciones. Pero en este viaje lo escrito no es lo importante, ni siquiera lo que cuento, sino la vivencia, el estar ahí, allí, compartiendo el secreto de la amistad, el dolor de la vida y la esperanza de un futuro mejor.Han sido tres momentos muy significativos, que conociendo los lugares, me parece increíble que la enseñanza sea tan grande, tan bella y tan espiritual. Tal vez, la próxima vez que vaya a Lisboa te quieras venir conmigo.

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