lunes, 6 de diciembre de 2010

Dos días después había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. (Jn 2, 1-12)

Creo que todos sabemos lo que ocurrió en esta que es, seguro, la boda más famosa de la Historia. Es costumbre en Caná renobar las promesas matrimoniales. Cuando uno entra en este pequeño santuario, la pequeña puerta de entrada nos introduce en un patio desde donde podemos ver la hermosa fachada de la iglesia y a mano derecha unas explanadas apropiadas y preparadas para que los grupos renueven los votos del matrimonio o celebren la Eucaristía.

Un franciscano en italiano se acercó a nosotros para ofrecernos unos sencillos pergaminos, como diplomas, que recogían el acto de la ceremonia. Solo debían ser rellenados y firmados por el Padre. Pero al Padre se le olvidó firmarlos.

La ceremonia fue sencilla. En el libro de cantos y oraciones había un apartado para este momentos. La ceremonia fue sencilla y alegre. Algunos se emocionaros. No es para menos. En los tiempos en los que vivimos seguir compartiendo la vida con la persona que amas y te sientes amado es un lujo que se paga con un buen vino; el vino de Caná, el vino de Jesús.

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