domingo, 19 de abril de 2009

Violencia de g



Me alegro mucho que Don Jesús Neira esté ya gozando de su hogar, de los suyos, aunque diariamente tenga que seguir pasando consulta médica. Sus contundentes palabras al salir de la clínica le hacen tener más “don” pues asegura que lo volvería a hacer porque de no haber intervenido esa mujer estaría muerta. Me alegro mucho por Usted, Don Jesús, es todo un ejemplo para nuestra sociedad. Bien orgulloso pueden sentirse los suyos de su coraje y valentía. Felicidades, es una alegría verle, después del verano que ha pasado, cumplir años.
Hace unos días, el día del Amor Fraterno, el Jueves Santo, me vi envuelto en unos hechos de violencia de género, de malos tratos, de falta de educación, de una chulería grotesca. Venía del convento de las Monjas Concepcionistas donde había ayudado a celebrar los oficios de ese día y dirigiéndome a mi casa, bajando por la calle San Francisco, a la altura de la Casa de la Cultura, percibí que, desde una de las calles de abajo, una mujer joven, de pelo corto y de rasgos extranjeros subía desenfrenada, con la cara desencajada y gritando no sé el qué. Un perro no podía ser. Tampoco podía ser un toro, pues los días de la vaquilla no han llegado todavía. Solo me faltaba pensar en un hombre que bien quisiera robarle o darle una paliza. Ante su cara de miedo y expresión de pánico me interpuse ante ella para frenarla y calmarla.
Enseguida el miedo fue el rostro de los dos. Un hombre, tal vez más joven que yo pero curtido por el trabajo, subía la calle San Francisco como el que va a la caza de su víctima. Parecía que se alegraba que hubiera retenido a su caza. Con mano alzada y con voces, que ni Cristo ese día quisiera escuchar, la increpaba y, cuando no me daba cuenta, le retorcía el rostro. Como si fuera un santo de mi devoción, la figura de Don Jesús Neira la tenía presente. Si él no falló, no menos se podría esperar de mi estado. A una mujer no se le pega y menos en la calle.
Pasé miedo. Tenía mucho miedo. Pero hay algo que me arrojaba a enfrentarme. Tenía mucha fuerza, estaba descontrolado, salido de sí mismo con un fuerte olor a alcohol. Aunque yo era mucho más grande que él con un empujón me hubiera ganado pues yo no sé luchar. Algo me obligaba a sujetar esa mano. Parece que la llegada de más extranjeros de su país les hizo hablar y no gritar. No les entendía nada, solo intuía los insultos que le decía a ella. Además de las agresiones físicas y verbales, él quería quitarle el bolso. Daba la impresión que quería ser un robo con testigos, pero no.
A la fuerza le arrancó el pequeño bolso y se lo abrió. No le quitó dinero, tampoco había mucho, pero sí sustrajo el teléfono móvil. Parece que al tener el móvil en su poder el hombre se tranquilizó, dejaba de agredir a la mujer y sus palabras se dirigían a mí. No sé qué información había en el móvil que con tanta rabia hizo para sí. Los parientes o familiares que se habían acercado tomaron a la chica y se la llevaron calle arriba. Aproveché y tomé al hombre calle abajo. Con su lengua y unas palabras en castellano algo me quería decir. Sacó la cartera. Creí que querría enseñarme la documentación, pero mi sorpresa fue mayúscula. Lo que me enseñaba e intentaba explicar con su lengua eran unas estampas de los Sagrados Corazones de Jesús y María a los que llamaba su padre y su madre. A todo esto no os he dicho que yo iba con mi hábito franciscano.
Estuvo un buen rato dándome explicaciones y hablándome de su padre y de su madre. Yo evité la catequesis, si no le entendía a él, él tampoco entendería que en el nombre de Dios a una mujer no se le pega. Ya más tranquilo, tratando de que no se encontrara con ella, tomó otra calle y se fue rezando en su lengua y con su arte. Respiré, tomé fuerzas en mis piernas y seguí mi camino también. ¿Cómo predicar el amor, el Día del Amor Fraterno, cuando has visto pegar a una mujer? Mil cosas pasaron por mi cabeza. Mil ideas. Mil palabras. Tampoco sabía muy bien si había hecho bien en intentar mediar en este feo asunto.
Os podéis imaginar la meditación que he tenido en los días de Semana Santa. Pues bien, después de darle mil vueltas, de reflexionar, de rezar, de… El Domingo de Resurrección iban los dos muy abrazados paseando por los jardines de la Soledad. Me quedé sin palabras. No sabe, Don Jesús, como le comprendo.


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