martes, 7 de abril de 2009

El hábito no hace al monje

Desde hace unos meses La Puebla de Montalbán ha venido a llamarse escenario de emociones. En la Oficina de Turismo, en el Museo de la Celestina, podemos adquirir una carpeta con todo tipo de información. Creo que dice bien la calificación pueblana, pues entre sus calles podremos encontrar escenarios que nos evocan otra época y tras su callejero todo tipo de información, desde cómo llegar a la villa, que horario tienen los transportes, las rutas turísticas, el orden y servicios públicos y sociales, premios y certámenes culturales, fiestas populares y otras actividades. La Semana Santa tiene un lugar importante, y no tanto por su tradicional juego de la calva, más bien por su imagen de superación que han tenido todas las Hermandades y Cofradías en mejorar sus tradicionales pasos procesionales, incorporando actos que dan dignidad a los días del Triduo Santo.

Pero no solo sus calles son motivo de emociones. No podemos olvidar que un pueblo lo hace su gente; el escenario lo emocionan los actores que con sus voces, silencios, gritos, risas o lágrimas hacen vibrar al público que observa. Personalmente no me gusta ser ningún mirón, también me gusta emocionar, transmitir, decir, expresar cómo veo este mundo y por dónde poder caminar para encontrar la felicidad. Y así, desde mi humilde participación, he tratado de aportar mi granito de arena a un pueblo que desde el principio, desde los primeros días, no se ha sentido indiferente conmigo; desde los que me llamaron guapo nada más verme, los que me consideraron un chulo por mi osadía, hasta los que mi sola presencia es como una patada en el estómago. Lo dicho, son sus gentes las que crean las emociones y fabrican escenarios.

Me han hecho gracia los comentarios agradables que he recibido este Domingo de Ramos por mi presencia en la procesión con mi hábito franciscano. El mejor de ellos el mostrado por la pequeña Rosalía de dos años que sorprendida de verme de uniforme solo sabía decir que Gregorio está vestido, como si la mocosa supiera también lo que hay por dentro. Varias personas me han hecho llegar sus aplausos y agradecimientos por ir vestido así. Podría decir que iba vestido de época, pero la presencia franciscana tiene muchas épocas, mucha historia y siempre es actual. Estamos celebrando los ochocientos años de nuestra fundación como orden y las miras están puestas en los orígenes, en aquella época en la que se inspiró Francisco de Asís en vivir el evangelio con las puertas y ventanas abiertas a su mundo y a su gente. Puedo entender que a las personas religiosas y devotas de este pueblo gusten los hábitos y las túnicas, pues lo estamos viendo en este despertar religioso que está viviendo la iglesia de La Puebla en los días de Semana Santa. Pero yo soy de los que piensan que el hábito no hace al monje y si solo miramos este despertar religioso como éxito por los nuevos miembros que lucirán sus túnicas en el camino penitencial el prestigio evangélico está por los suelos, pues solo iríamos a la iglesia por aparentar, por figurar, por tratar de ser alguien.

Tengo un padre que me he educado en la honradez y en el trabajo. El examen de conciencia cada noche lo hago rigiéndome en los principios y valores que él, desde su sencilla condición de campesino, me inculcó. En ningún momento estaba el ser más de lo que soy, o en presumir de lo que no hago. Para él no había más filosofía que la de yo soy mi trabajo. Y por su trabajo y sus obras será recordado. A mi también me gustaría ser recordado por lo que he hecho, por mi trabajo, por mi participación, por mis ánimos. Desde el siglo XVI hay presencia franciscana en los escenarios pueblanos. Por sus calles y entre su gente, muchos hombres seráficos, con o sin hábito, han entrado a este pueblo y se han marchado dejando un rastro de sencillez y humildad sin ningún tipo de protagonismo, tan solo pretendías mostrar la forma de vida evangélica desde el carisma de Francisco de Asís en la enseñanza, en la predicación, en el apostolado; su presencia era algo más que la apariencia de un trapo evangélico.

En estos días previos a la Semana Santa he vivido una semana de pasión, sin calvario, gracias a Dios. Sin quererlo ni desearlo me encontré con el novenario de Nuestra Señora de la Soledad. Quisiera constar que si lo acepté fue por el pueblo, por la gente, por los feligreses. Nunca he tenido el prestigio de ser considerado predicador. Por el púlpito de La Puebla de Montalbán han pasado canónigos ilustres, reverendísimos sacerdotes, obispos y cardenales. Estos días, y como digo, sin quererlo ni buscarlo, las voces de la novena han sido mías. El párroco, desbordado por el trabajo, pidió ayuda y disponibilidad a la fraternidad. Y uno que es así, fue el único que se ofreció presto a la petición, antes que estar por ahí, por el Colesterol o haciendo otros pormenores, prefiero, como decía aquel curita, compartir la fe con los míos y los parroquianos.

La novena son nueve días, que se dicen pronto, en los que el sermón no se puede improvisar ni dejar a la fuerza espiritual que mueva los corazones. Nueve días son muchos días, por eso la meditación ha de ser pausada, enriquecedora, sabrosa, con pedagogía evangélica que lleve al compromiso y nos ayude a se mejores. Mi gran inconveniente es que estaba solo en el convento, con pocas fuerzas y ayudas para mis cosas. Además, la celebración del Capítulo Provincial en Arenas de San Pedro se había llevado del convento a dos frailes valiosos. Solo tenía que afrontar las misas de la mañana y lidiar, al caer la tarde, la novena parroquial. Tarde de toros. Nueve tardes, de frio y del sol, brindando la montera a la misma Señora. Poco tiempo tenía para preparar la función pues además de mis clases tenía que realizar sustituciones de los frailes ausentes. Con poco tiempo y sin preparación tenía que dar unos capotazos marianos que mostrasen a la Señora como lo más grande que tiene este pueblo: madre, mediadora, fuente, maestra, consejera, causa, amparo, hermosura, esperanza, reina,.. Son pocos los piropos que se eligieron. Las banderillas y las estocadas se las dejaba a san Pablo que desde su experiencia y valentía tiene sentencias que todo el mundo entiende. Mientras tanto, la única muleta que usé fue la carta pastoral de los obispos vascos que han escrito en este tiempo de cuaresma para resaltar en las distintas comunidades cristianas la Palabra de Dios. He terminado agotado, agotadito, de madrugar, enseñar y predicar.

Perdonad si me irrito. Pero si después de tanto trabajar el único agradecimiento me lo llevo por vestirme mi traje de luces en la Procesión de Ramos más vale que esos aplausos se los deis a mis monaguillos que desde la mañana temprana aporreaban la puerta para poder vestirse y salir en dicha procesión. En estas cosas tengo dos lumbreras que ilumina mi caminar; que el hábito no hace al monje y que predicar no es dar trigo. Por lo demás, que cada uno me juzgue como quiera.
El escenario y las emociones están servidas: silencio y oración, es Semana Santa.





No hay comentarios: