viernes, 16 de enero de 2009

Quedan las palabras


Desde pequeño y con una teología casera, de pueblo, de campo y de matanza, fui educado en los valores que esconden los Mandamientos de Moisés. Cuando era pequeño mi referencia era el Niño Jesús que, como un amiguito invisible mío, se enfadaba si mi comportamiento no era bueno o el deseado por mis padres. Por eso creo que desde muy joven las tablas del Príncipe de Egipto fueron referencia en mi vida. Con el tiempo, madurando la fe con los estudios eclesiásticos y la experiencia humana fui consciente que mi camino para llegar a la perfección no se encontraba en los relatos del Éxodo sino en los evangélicos y en concreto en las Bienaventuranzas. Jesús de Nazaret ya no era un niñito maravilloso sino un líder nato que arrastraba mi curiosidad por derroteros que yo nunca me hubiera imaginado. Que duro y complicado es el examen de conciencia desde esta nueva perspectiva; ya no son mis acciones las que me condenan sino la falta de caridad, solidaridad y altruismo hacia los demás.
Es en este mundo, en el aquí y ahora, cuando debemos de mostrar el sello cristiano en esas circunstancias en las que se nos pide que seamos buen samaritano. No me gustan las medallas, ni las de oro ni las de plástico, ni las de metal. No me gusta que los símbolos religiosos se exhiban con orgullo y sí con sencillez y caridad. Últimamente hay muchos obispos a mi alrededor y eso no es bueno, demasiados ingenieros para arreglar un camino por el que no pasa nadie. Hay que volver a leer el Sermón de la Montaña y sacar las palabras frescas de Jesús para que tengan vida en nosotros y nos hagan portadores de paz, solidaridad y amor. Obras son amores y dejémonos de panfletos. La caridad es la virtud teologal que debe mover a las otras virtudes para crecer como persona y como creyente.
Tengo sed. Dame algo pá comer. ¿Tienes algo de ropa? ¡Estos clérigos que no van a ver a los enfermos! Estos y muchos más reclamos recibo al día. El reto de las Bienaventuranzas está en la calle y a todas horas. La paciencia, la solidaridad, el ser instrumento de paz y llorar con las penas ajenas es algo cercano. Por eso, cuando me invitaron a comer con los internos del Centro Penitenciario de Ocaña II, el bienaventurado y dichoso me sentía yo, mucho más que el que ejercía la caridad de la invitación. Porque siempre he visto como una laguna, como un vacío, como un reto en la vida visitar la cárcel, visitar los presos, visitar a aquel que ejerce la penitencia noche y día.
El pasado sábado un grupo de reclusos de Ocaña II, amigos y amantes del teatro, representaron en La Puebla de Montalbán, Quedan las palabras. Lo que comenzó como una actividad de tiempo ocupacional se ha convertido tras tres años en una pequeña compañía de teatro, Ícaro Teatro, que sueña, porque la vida es sueño, en otra realidad que la que ven día tras día y el teatro les muestra los sentimientos de libertad que necesitan. Destaco la educación con la que fui tratado, la confianza demostrada y los guiños simpáticos de complicidad. Fue una tarde maravillosa en la que desaparecen prejuicios en la que rompes el pijama y ves rostros, nombres, personas e historias.
Continuamente te preguntas qué habrán hecho estos jóvenes para merecer esta zona residencial con todos los gastos pagados y a la que nadie ni nunca queremos ir. Nunca había ido a visitar un preso. El sábado, avergonzado, sentía que eran ellos los que querían verme y visitarme. Incluso el rostro de Jesús se hacía más palpable cuando me presentan a uno que se considera cristiano activo y promueve, dentro de la cárcel, grupos de oración y de lectura. Y su testimonio fue visible pues cuando regresaba a Ocaña, tras ser registrado, cacheado y esposado, entre sus manos llevaba un libro grueso para leer en el furgón.
Esta semana me he sentido bendecido por el Padre por tan grata experiencia que he compartido con mis alumnos y ahora con vosotros. Siento que he pasado a otra categoría y he heredado la confianza de los que creen en el Reino de los Cielos.



1 comentario:

Unknown dijo...

Hay muchos blogs, pero en ninguno se habla tan abiertamente sobre Dios como en el tuyo, enhorabuena.