sábado, 24 de enero de 2009

Nuestra Señora de la Paz


Nuestra Señora de la Paz,
Patrona de La Puebla de Montalbán.
24 de enero de 2009.
Queridos hermanos. Buenos días. Recibid el saludo franciscano de Paz y Bien.
Quiero, en esta mañana de enero, saludar muy agradecidamente, por esta invitación a estar en medio de vosotros, a nuestro párroco, Don Teodoro.
Saludo con afecto a nuestra Alcaldesa, Doña Araceli, a su Equipo de Gobierno y a todas las Ilustres y Dignas Autoridades que se encuentran aquí.
También lanzo un saludo cariñoso a nuestras monjas de clausura que en estos momentos, tras el muro sagrado del Santísimo del altar mayor se encuentran en oración.
No menos que saludar en esta ocasión a todos aquellos fieles en Cristo resucitado con los que comparto el deseo de hacer de La Puebla de Montalbán un pueblo grande, orgulloso y emprendedor.
Que la Paz y el Bien del Seráfico Padre San Francisco les bendiga, les guarde y les proteja en la misión en la que se encuentran.
Me gustaría tener presentes en esta eucaristía, en la que nos unimos los vivos y aquellos que nos han precedido en la vida y en la fe, a todos aquellos que nos han dejado en estos días. Que su recuerdo no se apague, que su esfuerzo y trabajo no se olvide y que en lo profundo de nuestro corazón esté el deseo de que descansen en paz con la esperanza de la resurrección.
Me gustaría tener con esta eucaristía un pequeño homenaje a todos aquellos que se consideran obreros en esta grey y colaboradores desinteresados en la construcción del Reino de los Cielos en las tierras y cumbres de Montalbán; las y los catequistas, los responsables de cáritas, los animadores de la liturgia, los visitadores de enfermos, los que viven su vida desinteresadamente entregados a los demás, los que viven anónimamente el evangelio.
Me gustaría sentirme hoy, aquí y ahora, iglesia viva; unido a mi familia, que está lejos, y unido a mi familia, que sois todos vosotros y que estáis cerca, muy cerca de mí. Hoy quiero sentirme iglesia, parroquia, comunidad, fraternalmente unido a los hijos de Dios que se consideran libremente enganchados al evangelio, a la buena noticia de Jesús.
Tal vez mi preocupación, un poco vanidosa, en estas tierras de Fernando de Rojas, sea que me recuerden:
*me gustaría que me recordasen mis alumnos a los que trato de infundirles unos principios y cultura religiosa, así como a ser buenas personas, buenos ciudadanos en nuestra sociedad,
*los que han recibido de mis manos el sacramento de la amistad en la Primera Comunión, su primera eucaristía, un día muy feliz,
*los que me han hecho partícipe de su amor y han querido que presida su matrimonio,
*los niños a los que les he derramado el agua viva que purifica, perdona y salva en el bautismo.
Quisiera animar a los jóvenes a confirmarse en la fe. La Iglesia os necesita, sois muy importantes, sois la esperanza. Necesitamos jóvenes auténticos, arrogantes con ímpetu, enamorados de Jesucristo. Enamorarse de Jesús de Nazaret no es afeminar la conducta, todo lo contrario, te curte en la fe, en la vida, en los valores importantes y significativos de la persona.
Gracias a todos por esta invitación y por compartir esta eucaristía conmigo.
Las lecturas que hemos proclamado en nuestra asamblea cristiana quieren transmitirnos luz y esperanza en medio de las tinieblas que vivimos.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Dice Isaías. Una luz les brilló que hizo que acreditara la alegría, aumentara el gozo, porque se ha quebrado la vara del opresor, el yugo de la carga, el bastón que los golpeaba. Isaías era un soñador, un profeta en medio de muchas dificultades, en medio de muchas crisis. Esa luz que brilla, esa luz que es grande no es otra que la de Jesucristo, cuyas palabras, gestos y obras nos hablan del Padre perpetuo y le constituyen en Príncipe de la paz.
Qué maravilla de consejero si tenemos a Jesús como ese amigo, ese amigo que nunca falla. La paz del Príncipe de la paz es una paz sin límites. Isaías invita a su pueblo a no desfallecer en medio de todo el sufrimiento que esta aguantando. Arrancados de su pueblo, de su tierra, de sus costumbres y tradiciones, los israelitas sienten que van a perder su identidad. Hace unos días me decía un amigo que echaba de menos los panecillos de san Antón, y él no es de iglesia que digamos. Isaías pone todas sus fuerzas en animar la fe de su gente para que, en medio de las dificultades, no pierdan su identidad, su fe y su esperanza.
Estos días hemos visto cómo se cumplían los sueños de un profeta del siglo XX, un profeta de la libertad y la igualdad, que como Isaías, soñaba con el abrazo fraterno de los esclavos y los amos, de negros y blancos, compartiendo la misma mesa.
Pero para conseguir, para realizar, para concretar un sueño hay que desearlo con mucha fuerza; tiene que estar en el pensamiento y en la voluntad del corazón.
De una forma especial pedimos en esta eucaristía por la paz en Oriente Medio, en el Congo y en todos aquellos sitios donde la justicia y el derecho son violados. Dichosos, dice también el profeta Isaías, los pies del mensajero que anuncia la paz.
San Francisco, del cual celebramos este año, 800 años como Orden, decía todos sus frailes que fueran instrumentos de paz. La oración universalmente conocida de él es la que dice y reza. Haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz.
Oración de Paz San Francisco de Asís
Señor, hazme un instrumento de tu paz;
donde haya odio, ponga amor;
donde hay ofensa, perdón;
donde hay duda, fe;
donde hay desesperanza, esperanza;
donde hay tinieblas, luz;
donde hay tristeza, alegría.
Oh Divino Maestro,
que no busque yo tanto.
Ser consolado como consolar.
Ser comprendido como comprender.
Ser amado como amar.
En este año, la fecunda familia franciscana celebramos el 800 aniversario de la primera regla (1209). Puede considerarse el momento del nacimiento de los franciscanos.
Francisco de Asís, lleno de entusiasmo y acompañado por sus primeros seguidores, acudió, a petición del Papa, a Roma. El Vaticano, entonces, en San Juan de Letrán, le había pedido que presentara por escrito su propuesta.
Francisco se resistía. Pero al final, ayudado por un compañero versado en la Biblia, escribió unas letras cuajadas de evangelio puro y duro. Aquel encuentro entre la Iglesia, llena de poder y riqueza, de Inocencio III, y el fraile pobre de Asís no aconteció sin tensiones.
La misma manera de vestir del santo y ese texto eran una denuncia de aquel mundo tan alejado del Evangelio. Por eso, al final, se le mandó a casa diciéndole, poco más o menos, que podía continuar, pero sin exagerar. Y que no se olvidara de regresar con un texto más canónico.
A pesar de todo, Francisco de Asís continuó, en comunión con la Iglesia, su itinerario evangélico. Una gran familia, con distintas sensibilidades, que todavía hoy encuentra en su personalidad una fuente de vida y felicidad.
El hacer memoria de aquella primera regla enfrenta a los franciscanos/ as con las genuinas raí­ces de su carisma. Este año se convierte para todos aquellos que beben de las fuentes franciscanas en un kairos, es decir, un tiempo de gracia y renovación.
Algunos aspectos de Francisco de Asís no sólo son actuales, sino también atractivos para mucha gente y, particularmente, para los jóvenes. Destacaría los siguientes puntos fuertes y, además, elementos diferenciales de su espiritualidad: la fraternidad, la pobreza y la sencillez, la paz y el medio ambiente.
Para Francisco de Asís, la principal tarea de su vida era hacer sentir a todos los hombres, sin ninguna clase de discriminación, que somos hermanos. Que Jesucristo, haciéndose hombre, nos había hermanado a toda la Humanidad. Él quería que esta fraternidad utópica se viviera en sus comunidades para que fueran el modelo a vivir por todos. Sin duda, la fraternidad es una tarea inacabada y, por eso, una llamada en este año a revitalizar el tejido fraterno de nuestra sociedad, mirando a Francisco de Asís. La pobreza y la sencillez frente a la prepotencia y el desprecio.
Ayer como hoy, el poder y la riqueza son los signos de identidad de una sociedad hastiada, repleta del colesterol que ahoga las vidas y enturbia los corazones. Francisco, frente a esto, levanta la bandera de la credibilidad, mostrando una coherencia absoluta entre palabra y vida. Se puede vivir feliz con poco o nada. Y no vale la pena perder la vida por lo perecedero.
Un mensaje tremendo para nuestra sociedad de la opulencia en crisis. Y desde ahí nos invita a la solidaridad y comunión profunda con los pobres.
Mensajero y hacedor de la paz. Ésta es otra de las características de la espiritualidad de este santo. La intensa búsqueda de la auténtica paz reconciliadora entre los hombres fue uno de los vectores fundamentales de su vida. En un mundo plagado todavía de guerras, de odio y violencia, el mensaje de alguien que sueña casi inocentemente en hacer posible un mundo de amor suena una vez más a la utopía de un loco del amor de Dios.
Finalmente, Francisco de Asís extendió su fraternidad a toda la creación, por eso las llamó: «Hermano Sol, hermana Luna, que va ampliando hasta la hermana muerte.» Un profeta de la eco-teología, que nos invita a respetar la Tierra y el medio ambiente, frutos del creador. La actualidad de este tema es ineludible. El cambio climático ha penetrado con fuerza y preocupación en la opinión pública. Francisco nos recuerda a los cristianos la motivación fundamental de nuestro respeto al medio ambien­te, cuyo deterioro, además, genera pobreza y hambrunas en los países pobres.
Un Año Santo para la reflexión y la oración. Un tiempo para actualizar las estupendas intuiciones del santo de Asís.
Francisco de Asís es, sin duda, uno de los hombres más admirados de todos los tiempos. Uno de los grandes santos muy venerado por creyentes y no creyentes. Su recuerdo suscita aún admiración y simpatía en todos los ámbitos, sean laicos o eclesiales. Estamos ante uno de los principales profetas, que ha inspirado ayer y hoy a pintores, escultores, novelistas, directores de teatro y cine. Su biografía es una inagotable provocación para el mundo del arte y de la cultura.
Francisco rezaba a la Virgen, a la Madre de Dios, a la Madre del Príncipe de la Paz , así:
¡Salve, Señora, santa Reina,
santa Madre de Dios, María,
virgen hecha iglesia,
elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Defensor,
en ti estuvo y está
toda la plenitud de la gracia y todo bien!
Vuelva a ti su mirada y te conceda la paz.
¡Salve, tabernáculo suyo!
¡Salve, casa suya!
¡Salve, vestidura suya!
¡Salve, esclava suya!
¡Salve, Madre suya!
Que en nuestros días, como dice San Pablo a los Gálatas, bajo nuestras leyes, derechos y justicias, sintamos que la Virgen de la Paz, nos envía a Jesucristo, el Príncipe de la Paz, para rescatarnos del odio, la indiferencia, la venganza, el orgullo, para sentirnos que somos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Ya no somos esclavos. Podemos decir: “¡Abba!” Padre.



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