Tendría que hace notar los estupendos desayunos, sobre todo los yogures griegos de fama internacional, que en las mañanas atenienses fortalecían la fuerte contemplación. Desayuné con Javi y con Víctor, dos estudiantes de 1º de Bachiller del Colegio Infantes de Toledo. Los pobres fueron víctima de una de las bromas de Antonio Juanes, el organizador del Viaje a Grecia, pues cuando uno de los chavales preguntó qué era lo que veríamos hoy éste respondía que a la Acrópolis y, seguidamente, con todo más sorpresivo, a la Acuapolis, tratando de dejar como pardillo al pobre chaval. Bromas aparte, esa mañana veríamos muchas cosas. También la Acrópolis.
Pronto estábamos en el mismo autobús. Basili es el nombre del conductor, un hombre elegante, prudente, de pocas palabras. Aníbal sería el guía acompañante durante el viaje. Y la guía local, que bien podría llamarse Amalia, nos acompañó durante la primera mañana ateniense. Amalia, tras saludarnos en griego con una sonrisa etrusca, comenzó su discurso confabulador que nos llevó a todos a amar a los dioses por encima de cualquier mortal y a desear ser Apolo como cualquier griego. Cada calle, cada rincón, cada monumento. Atenas desborda una milenaria historia que uno es incapaz de retener, aunque todos los sentidos quieren ser partícipes de tomar nota.
Donde primero se paró el autobús fue en el Estadio Panateneo. El estadio es impresionante, cubierto de mármol con capacidad para muchos miles de personas. Acogió los juegos Olímpicos de 1892 y en los del 2004 sirvió como meta a la prueba de maratón. Data del siglo IV antes de Cristo, acogiendo las pruebas de atletismo en honor a la diosa Atenea. Era gracioso ver como un indigente vendía postales a la puerta del Estadio que tenía escondidas entre los matorrales.
En 1869 el arqueólogo Erns Ziller lo excavó y planeó su reconstrucción. Todavía hoy siguen siendo impresionantes sus dimensiones.
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