
Que sorpresa tan agradable. Cuando sentía que algunos me miraban con cara de extraviado con andares rápidos, al finalizar la avenida de
Dionysiou Areopagitou, me encontré con ella. No la reconocí entre tanto verde. La
vi por la espalda y no supe que era ella hasta que me puse a su lado. En la mañana había visto tantas esculturas de agradecimiento que una más no me llamaba la atención. Pero era ella, Melina,
Melina Mercouri, la chica del
Pireo, la prostituta de
Nunca en domingo (1959), la actriz griega que enamoró al mundo entero, la Ministra de Cultura que soñó con el retorno de todo lo robado al pueblo heleno, por eso proyectó el
Kentro Meleton Akropoleos. Melina, mirando las altas columnas del Templo de
Zeus, se había convertido para mi en una diosa de la belleza, de la diplomacia, de la justicia.

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