
No recuerdo de qué trataba la historia que
Aníbal o
Amalia nos estaban contando en el autobús. Puede que sea la historia de
Winston Churchill en el Hotel
Grand Bretague, donde sobrevivió a un atentado, o seguíamos con los soldados
evzones, o alguna batalla de Lord
Byron. El caso es que, muy cerca de nuestro destino, a los pies de La Acrópolis, me la encontré. Allí estaba ella, parecía que me estaba esperando sentada en ese pequeño jardín que lleva al cielo de los dioses. Allí estaba Melina, como una diosa entre las flores sin envejecer. Diez años y parecía que había sido ayer cuando en una siesta de septiembre bajé a hablar con ella. Las cosas que tenía que contarle. Sorpresas de la vida. Las cosas que ella me iba a contar en este precioso viaje. Era el inicio de un segundo flechazo.
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