miércoles, 11 de marzo de 2009

VaG, de nuevo VIII



Y llegamos a los pies de La Acrópolis.
Hubiese besado el suelo nada más pisar tierra agradecido por la posibilidad que me da la vida de volver a ese fabuloso y milenario rincón del mundo. Pero la voz de una mujer me alteraba los sentidos. No la conocía. La entendía perfectamente y no se había bajado del autobús. Se dirigía a mí y a todos con confianza y reprochaba algo. Poco a poco fui entendiendo.
Era Isabel, de Toledo. A la pobre la habíamos dejado abandonada en la Plaza del Parlamento. Los ruidos del cambio de guardia, los gestos de los evzones y el barullo de las palomas. Pero, sobretodo en este primer día, el motivo fue el desconocimiento que teníamos unos de otros. Si no me equivoco mal, yo fui el último en subir. Miré y remiré a todos los de la Plaza del Parlamento y no conocía a ninguno de los que estaban haciendo fotos a los de la falda plisada. Nadie la echó de menos en el autobús. Nadie contó en el autobús y notó que faltaba una. Isabel no perdió la calma y transmitió al grupo que resultaba fácil parar un taxi y decirle que te llevara a La Acrópolis.

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