
Pero no he escrito mucho. Una amiga me ha llamado por teléfono y, como no le costaba, hemos aprovechado para hablar tranquilamente de las cosas que a los dos nos preocupa y nos preocupan. Estaba escribiendo del tiempo, que empieza a hacer frío. Estaba escribiendo de este bailarín argentino que ha sido un hombre disciplinado desde su juventud y es el mejor embajador que tiene su país. Perdonen, no me gusta el fútbol. Pero no pude terminar ni un relato ni el otro. Una amiga es una amiga, y la calidez de su voz me ayudaba con el ánimo.
Luego pensando más me acordé que esta mañana, antes de salir, estuve escribiendo en el Blog. Sí, claro. Estuve escribiendo. La verdad es que me daba un poco de vergüenza, pero tenía muchas ganas de escribir lo que me pasó el viernes. Con un poco de prudencia, y en ese Blog más oculto que es el de los Buenos días, escribí lo que me ocurrió el pasado día. Bueno, lo que escuché. De verdad que fue sin querer, pero es que era imposible no escuchar, dejar de oír esa voz que, como una radionovela a la hora del café te pone, y nunca mejor dicho, al día de cómo está el ganado. Por eso, cuando entro a tomar café, lo primero que pido es que pongan un poco de música para que el ambiente sea mejor.
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