
Quiero agradeceros las palabras que el otro día dirigisteis a mi humilde persona y al resto de compañeros. Al finalizar vuestra estancia aquí, en el Colegio Franciscano de la Inmaculada, a mi también me gustaría dirigir unas palabras personales a cada uno de vosotros. Y las tengo, pero no lo voy a hacer. Han sido muchos años observando como vuestros cuerpos crecen y como vuestras mentes se ha ido enriqueciendo y ensanchando a lo largo de estos cursos que hemos estado juntos, no solo bajo la asignatura de Religión. Ya sé. Ya sé lo que me vais a decir. Parece que ya oigo las vocecitas de algunos de vosotros que reivindica el tesoro perdido por no haber hecho la Primera Comunión aquí. Durante mucho tiempo, y seguirá en vuestra vida, esa será la asignatura pendiente, el gesto que os califica, el destino de una circunstancia perdida y el deseo frustrado de uno de los días más felices de vuestra vida. Pero fue así y así lo tenéis que recordar. Yo tengo otro recuerdo más positivo de vosotros, más bien de vosotras, las que por unos años fuisteis mis primeras monaguillas y que llegasteis a pegaros en los escalones del altar por leer en misa. Qué tiempos.
Hoy, cuando recogéis vuestras mochilas para decir adiós a este Colegio, a vuestros Profesores, a esta Familia Docente que durante muchos años os alimentado en el saber, me gustaría saber que lo hacéis con todo el orgullo y cariño que puede albergar el corazón, los sentimientos y vuestra forma de pensar. Perdonad la falta de paciencia,la poca claridad de nuestras explicaciones, las preferencias y las manías que se pueden ir creando. Pero todos, todos, sois importantes, y la nota de vuestros boletines es el esfuerzo, el trabajo y las ganas que cada uno de vosotros ha puesto en aprovechar el tiempo, en vivir con mirada de futuro, en honrar el sacrificio de vuestros padres y en ser felices estudiando, sabiendo, aumentando el conocimiento. Que cuando salgáis con vuestras mochilas por la puerta del Colegio tengáis un feliz adiós. Os queremos.
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