
Para los que somos lunáticos, la luna llena nos altera el descanso y el sueño de la noche, pero también presagia una experiencia maravillosa que está a punto de comenzar.
Boris, el encargado de la agencia de viajes nos sacó del aeropuerto y nos dirigió a un
parkin donde nos estaba esperando el
autobús, el conductor y el guía que serían nuestros mejores amigos en Tierra Santa, pues nos
acompañarían todos los días. Del autobús poco puedo decir, me hubiera confundido con facilidad si no llega a ser por ese movimiento de
corderito que se tiene en estos días de
tours. El conductor se llamaba José y no hablaba español; un hombre adulto, de unos sesenta años, que demostró a lo largo de todo el viaje que dominaba
perfectamente esa máquina. El guía, un joven palestino de unos treinta años, hablaba muy bien el castellano, de
carácter tímido e
introvertido. Sus palabras cortas y precisas dejaron mucho vacío en el tiempo que duró el trayecto desde el aeropuerto de
Tel Avit hasta
Tiberiades.

Yo creo que
Samar, el guía, no
se aprendió mi nombre. En todo momento me llamaba padre. Padre por aquí. Padre por acá. Padre, lea esto. Padre, qué le parece.
Boris me llamaba
líder y
Samar padre. Con lo que me gusta que me llamen por mi nombre.
Tardamos dos horas en llegar al Hotel en
Tiberiades. Como digo,
Samar nos dio muy pocas
explicaciones, o por lo menos eso nos pareció. El chico nos comentó la situación oficial de la capital del Estado de
Israel, no reconocido por muchos
países, y la situación en la que se encuentran en la
actualidad israelies y palestinos. Aunque era de noche y la oscuridad no dejaba ver, pero sí se apreciaba el muro que separa unos terrenos de otro.
Cuando
Samar no tenía nada más que explicar me pidió que rezase el rosario o que cantase. A lo que respondí que era mejor guardar silencio, mirar y pensar en este viaje que ya había dado sus primeros pasos.

Ya en el Hotel
Restal nos dimos cuenta que éramos el grupo Regular 02 de España. Me imagino que el grupo 01 serían los de
Badajoz. Pero es escribir por escribir. Nada más llegar, se
repartieron las habitaciones. Yo tenía una individual, la 337; una habitación con vistas al Lago de
Tiberiades, estropeada por los muchísimos
cables de luz y teléfono que había entre los
posters de la Estación de Autobuses que había enfrente del
Restal Hotel. La cena fue
bufet. Creo que todos teníamos cansancio y apetito.

Con María Jesús salí a dar una vuelta
después de cenar con el fin de conocer los
alrededores del Hotel. Aunque sentimos que estábamos a las afueras de un pueblo, no era verdad,
Tiberiades es una gran ciudad y nuestro Hotel estaba situado en el centro. Nos llamó la atención
lamúsica juvenil proveniente de un corral. Varios jóvenes
participaban de una fiesta particular. El corral, patio o garaje, decorado con
banderitas estaba lleno de luces y vacío. Todos los jóvenes estaban fuera. Creo que a ambos lo que nos llamó la atención que ese ambiente podría ser el de cualquier botellón de nuestras ciudades y que la forma de vestir de ellos y ellas, de ellas y ellos, podría ser la de nuestros jóvenes.
Yo confieso algo más. Hace diecisiete años, cuando pisé Tierra Santa por primera vez, y me gustaría que hubiera una tercera, me llamó la atención unos escaparates en la ciudad de
Tel Avit de ropa femenina, donde se podían ver varios
maniquies vestidos con ropas europeas y
minifaldas. Pero en la calle no se veía ninguna
minifalda. Casi todas las chicas de la fiesta,
diecisiete años después, llevaban ropa muy cortita.
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